El Jockey es un viaje hacia la irreverencia, hacia un mundo alternativo en el cual no juegan las mismas reglas que la realidad en la que vivimos, eso es lo que propone Luis Ortega.

En cualquier film, el espectador tiene que comulgar con el famoso "pacto de la realidad-ficción". Es decir, aceptar que lo que ve en la pantalla no tiene porqué seguir las leyes de la vida real. Así como también la regla de la "suspensión de verosímil".

En esta película, ambos estamentos se encuentran a la orden del día y son fundamentales para apreciar la obra.

Ortega nos entrega una cinta más alineada con sus primeros trabajos, como Caja negra (2002) o Los santos sucios (2009), que con la linealidad de El Ángel (2018), pero manteniendo estrechas conexiones con la estética y la puesta de ésta última.

Para el disfrute será necesario que el espectador entre en el código que se plantea. Porque si no lo hace, no le gustará para nada.

Es un film difícil para la gente que no se anima a películas diferentes y que rompen un poco el molde.

Desde el vamos, sus dos protagonistas se dedican a hacer eso.

Tanto Úrsula Corberó como Nahuel Pérez Biscayart, la rompen en sus roles. Pero cuesta seguirlos porque es muy difícil empatizar con ellos.

El resto del elenco no baja la vara, ya sea la excelencia de Daniel Fanego (QEPD) o la bizarra opción de incluir a Adriana Aguirre.

Por todas estas cuestiones, El Jockey ha sido seleccionada por la Academia de Cine Argentino para intentar quedar nominada a los Oscars y Goya.

Mientras tanto, el espectador que busque algo diferente encontrará un buen film.