Una película de terror dirigida por los guionistas de Moonfall, el fiasco de Rolan Emmerich, no generaba grandes expectativas pero su contenido resultó peor de lo previsto.

De hecho la película es tan mala que Sony prefirió no exhibirla ante la prensa.

La idea conceptual no era mala.

Los directores Spencer Cohen y Anna Halber tenían la intención de revivir para una nueva generación el slasher sobrenatural que tuvo su popularidad en los comienzos del nuevo siglo con la saga Destino final.

La propuesta donde el asesino de turno no está representado en un personaje físico sino en una amenaza abstracta es atractiva por las posibilidades que brinda la premisa desde el suspenso.

En este caso además el argumento se relacionaba con la simbología esotérica asociada a las cartas de Tarot que es interesante y te permite jugar con un cuento de horror.

El problema es que el proyecto quedó en manos de una dupla de realizadores mediocres que se limitan a narrar la historia con el típico collage de lugares comunes que encontramos a menudo en las películas malas del género.

Mucho jumpscare tonto y primeros planos a gente que grita y eso es todo.

No hay momentos notables de suspenso y la trama se desarrolla de un modo predecible con un exceso de escenas de exposición que convierten al film en un espectáculo tedioso.

Tampoco están ausentes los momentos “Alex Garland (Civil War) donde los personajes emprenden acciones estúpidas que no tienen sentido para terminar masacrados con facilidad.      

Cuesta encontrar alguna virtud artística que justifique su visionado.

En poco tiempo probablemente terminará perdida en alguna plataforma de streaming.