Para ser simple y directo: esta película es un verdadero embole. Son muy buenas las actuaciones, eso es cierto, y por momentos te hacen pensar que estás viendo un documental más que una obra de ficción, pero nada más. Una hora y media en la que no pasa nada y en la que, por ejemplo, hay que comerse larguísimos minutos viendo las cámaras de seguridad de un supermercado en el que no pasa nada o escenas en los que los personajes negocian si bajan o no el precio de la venta de una casa rodante, venta que ni siquiera se concreta. Tediosa y aburrida. Lejos de lo que yo considero como buen cine francés. No vale la pena, lamentablemente.

La vi en la Semana del Festival de Cine de Cannes, pues su protagonista fue galardonado como mejor actor en la última edición del festival. No es una película fácil: Está llena de largos silencios y situaciones que no se resuelven. Su narración es muy cercana al documental y Lindon es el único actor profesional del reparto. Sin embargo es un relato que moviliza muchas emociones, al presentar un personaje que debe enfrentarse, sin mucha preparación, a las transformaciones del mundo del trabajo en la sociedad capitalista actual. El mundo para el que se preparó ya no existe, pero igual debe buscar cómo ganarse la vida. Y el único trabajo que consigue lo pone moralmente incómodo.