La peor pesadilla que puede encontrar un guionista de relatos policiales es que el público resuelva la intriga que se presenta en los primeros diez minutos del film.

Por lo general esta situación se da cuando el argumento se excede en introducir información que le permite a los espectadores atar con facilidad  los cabos sueltos del misterio.

A partir de ese momento el espectáculo está acabado y los intentos desde la dirección por construir situaciones de suspenso resultan inútiles.

Añadí a este problema una narración aburrida y cuesta bastante recomendar una película como Detrás de la verdad.

En este proyecto hubo un intento por evocar el tipo de drama policial que solía brindar la aclamada serie The Wire.

De hecho, la labor de fotografía busca recrear una estética similar en las locaciones urbanas de la Albany, en Nueva York.

Sin embargo la calidad del contenido se encuentra a años luz de aquella gran producción de HBO.

La obra de Miles Joris-Peyrafitte en todo caso se acerca más un capítulo genérico y olvidable de La ley y el orden.

Resulta fallida en el campo de los procedimientos policiales y tampoco llega a convencer como drama social sobre las adicciones y la experiencia del duelo por la muerte de un familiar.

Una demacrada Hillary Swank encarna a una periodista alcohólica que investiga el asesinato de su hijo drogadicto con la ayuda de la novia embarazada de la víctima, encarnada por Olivia Cooke,  que por supuesto también proviene de un entorno depresivo.

Todo bien exagerado porque el director aparentemente entiende que eso le aporta un mayor realismo a su relato.

 Ni siquiera el profesionalismo de las dos protagonistas puede levantar un bodrio extremadamente predecible cuya intriga queda resuelta antes que la película llegue a la media hora de duración.

La verdad que le queda demasiado chica esta película a una actriz de la calidad de Swank, quien debería poder acceder a producciones de mayor renombre.

Sin dejan pasar Detrás de la verdad no se pierden nada relevante.