Junto con Brian Gordon Green (El exorcista: Creyentes) y Timo Vuorensola  (Atentado en el aire), Lawrence Fowler sobresale entre los peores directores que trabajan en Hollywood en la actualidad.

A esta altura uno empieza a sospechar sino contará con algún padrino en la Mafia que hace posible el financiamiento de sus aberraciones artísticas.

Este sujeto ya había demostrado su incompetencia para narrar una historia de horror en los dos filmes de Jack in The Box que por esos milagros inexplicables de la vida consiguieron ocupar un espacio en las salas argentinas, mientras que en Estados Unidos terminan perdidas en plataformas de streaming.

En esta oportunidad Fowler intenta construir una especie de relato de terror gótico  relacionado con fantasmitas vengativos y casas embrujadas donde vuelve a repetir los mismos errores que en sus trabajos previos.

El problema con su manera de abordar el género es que todo el espectáculo se limita a ofrecer un collage de jumpscares trillados que con el transcurso de la trama resultan tediosos y predecibles.

Más allá que la premisa argumental sobre un personaje que investiga la misteriosa muerte de un familiar la vimos infinidades de veces en títulos superiores, el director no hace el menor esfuerzo para que el relato al menos sea atractivo desde el suspenso.

Hasta la apariencia del fantasma parece desapasionada y añeja, como si reciclar los clásicos del cine asiático de los ´90 fuera la única idea que se les ocurrió para representar al personaje.

No vale la pena desperdiciar una entrada de cine con semejante bodrio cuando podés encontrar en la cartelera otras propuestas de mayor calidad.