Con sólo 20 años de edad, Michèle se siente desorientada, y vuelca en su diario personal cada una de las vivencias de las que, asegura, parece no aprender nada. Convencida de que hizo un desastre de su vida, se siente pequeña, diminuta en relación al mundo que la rodea. Ve a todos los demás como gigantes, sabios que lo saben todo y tienen claro cómo vivir. Y a ella le gustaría crecer de una vez y ser como ellos.
En medio de su confusión, Michèle le pide ayuda a Dios, luego se dirige a Buda, pero sigue sin encontrar las respuestas que necesita. Y de golpe conoce a François. El es judío, tiene 32 años y es veterinario. A lo largo de veinticinco páginas del diario de Michèle, se narra la historia de esta joven que sólo quiere encontrar su identidad.
Ella es todavía muy adolescente, le gustaría creer en la vida, en algo (¿por qué no en Dios?). En alguien. Y ante la imposibilidad de creer en ella misma, François surge como un buen ejemplo.