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Si realmente cumple con su palabra y esta película en efecto es la última entrega de la saga, Sylvester Stallone se despidió de un personaje icónico del cine de acción con una de las mejores interpretaciones de su carrera.
Rambo: Last Blood es el capítulo más emocional de la franquicia y tiene la particularidad de explorar al personaje desde otra perspectiva. Una particularidad que tuvo esta serie es que cada relato trabajó una temática diferente en variados escenarios que tenían como telón de fondo algún conflicto de la actualidad de ese momento.
El nuevo film desarrolla el argumento en el marco de un típico thriller de venganza que debe ser analizado dentro del contexto de la saga.
Si Stallone no interpretara a Rambo los hechos demenciales que comete el protagonista no tendrían ningún sentido y sería un clon grotesco de las películas del Vengador anónimo de Charles Bronson o la serie Taken con Liam Neeson.
Si querés hilar más fino ponele una remake más de Man on fire, la original con Scott Glenn de 1987, que también tenía a un veterano de Vietnam como protagonista en un conflicto similar.
Sin embargo, en este caso la trama se relaciona con Rambo y ese tercer acto visceral y perturbador que presenta la historia no es otra cosa que la catarsis emocional de toda la mierda que vivió el personaje en su vida.
Stallone siempre concibió al soldado como una especie de Frankenstein moderno creado por el Ejército de los Estados Unidos y en esta conclusión retoma ese concepto.
No se trata de la simple aventura de un héroe justiciero sino del colapso emocional de un psicópata que vuelve a reconectarse con esa barbarie y salvajismo que intentó dejar atrás.
Un tema que Stallone, quien maneja los detalles como los dioses en sus guiones, inserta en el film durante las primeras escenas.
Desde los minutos iniciales se nos recuerda que Rambo está completamente loco y esa imagen que intenta dar de un ranchero pacífico de Arizona es tan solo una fachada.
John no duerme en una habitación normal sino en una cueva que recrea los bunkers de Vietnam.
Su rutina diaria se centra en tratar de controlar a esa bestia interior, como lo haría Bruce Banner con Hulk, que lo atormenta permanentemente. Su apariencia pudo haber cambiado, ahora lleva el pelo corto, pero sigue siendo el mismo.
Los fantasmas del pasado todavía lo perturban y cuando le quitan esos pequeños vínculos íntimos que lo ayudaban a tener una mínima existencia normal, digamos que sus enemigos no la van a pasar bien.
A diferencia de los filmes anteriores, que enseguida se centraban en la acción, en Last Blood la tensión se incrementa de un modo pausado hasta que estalla en una carnicería brutal, que no seamos hipócritas, es también lo que se espera de una entrega de Rambo.
Un párrafo aparte para los tilingos trasnochados que denostaron esta película por las supuestas actitudes xenófobas hacia la comunidad latina.
Una producción que encima fue avalada por el propio público mexicano que supuestamente debería sentirse ofendido y genera que esas apreciaciones sean más disparatadas todavía.
Creo sinceramente que si estos hipsters de la prensa levantaran sus culos en algún momento de los sillones de Starbucks e indagaran sobre la realidad de México con el problema narco tal vez comprenderían un poco más lo que hicieron en este film con ese tema.
Last Blood reconstruye de un modo brillante esa región fronteriza del país tal cual el escritor Don Winslow describió en esa obra maestra del género policial que fue El poder del perro.
De hecho, los hermanos Martínez que interpretan Sergio Periz-Mencheta y Óscar Jaenada tienen más de un punto en común con los hermanos Barreda de Winslow.
La trama expone una realidad que existe en la actualidad y es responsable de centenares de muertes por día.
La impunidad de los narcos, la corrupción policial y el modo en que opera el sistema de la trata de blancas no lo inventó Stallone sino que es parte de una realidad cotidiana que se vive en Mexico. Un país donde la gente puede desaparecer de la nada y las autoridades no mueven un pelo.
Por eso el discurso de la película pro-Trump es de una imbecilidad épica, especialmente cuando el relato se centra más en el drama personal del protagonista que en propagar alguna ideología política.
Intentan hacerse los intelectuales profundos con una producción de Rambo y salen con estas estupideces que son imposibles de tomar en serio.
En lo referido a la dirección de Adrian Grumber, responsable de la serie Narcos: Mexico (quien algo entiende también de este tema) su labor es muy buena.
Me encantó la introducción que le da a Rambo al estilo Django y ese tinte de western que está presente en su narración y encuentra su punto más alto en esa memorable última toma durante los créditos finales.
En materia de acción cuando John entra en modo Jason Voorhees y canaliza en sus enemigos toda la furia contenida, la película se convierte en un desquicio absoluto.
Si bien esos momentos resultan completamente grotescos, los hechos tienen una coherencia con la locura que padece el personaje.
Por otra parte, Last Blood cuenta probablemente con el mejor reparto secundario desde la primera entrega de la saga, donde tienen muy buenos momentos Adriana Barraza y la joven debutante Yvette Montreal, quien brinda una interpretación estupenda.
Períz-Mencheta y Jaenada forman una dupla que se hace odiar y dejan una muy buena impresión en el rol de los villanos.
Vuelvo a reiterar, como ya escribí en otras ocasiones, hay que disfrutar a Sly mientras lo tenemos vigente porque el día que falte el cine de acción no volverá a ser el mismo.
A los 73 años vuelve a demostrar por qué es el más grande en la historia de este género y despierta emociones en una sala de cine que ninguna otra figura en esta clase de películas puede generar con sus interpretaciones.
Si son fans de la saga no la dejen pasar y vaya a disfrutarla en la pantalla grande.