Steven Spielberg no suele pasar desapercibido con sus producciones, y en el caso de su más reciente trabajo confirma la regla gracias a un film que conjuga un futuro dominado por máquinas con un tierno costado humano. Todo ocurre en una era en que los recursos naturales son limitados y la tecnología avanza a pasos agigantados. Así es como el lugar donde se vive es monitoreado, los alimentos son diseñados por ingenieros y aquellos que llevan adelante diversos trabajos no son en realidad personas. Todo parece ser artificial. La jardinería, la servidumbre, la compañía, todo tiene un robot para cada una de las necesidades de la gente. Excepto para el amor.
Las emociones representan la última y más controversial frontera en la evolución de los robots. Estas máquinas son vistas como sofisticadas enseres de casa, y no están supuestos a tener sentimientos. Pero con tantos adultos a los que no se les ha dado permiso para tener hijos todavía, las posibilidades abundan.
Y la compañía Cybertronics ha creado la solución, a la cual llamó David (Haley Joel Osment). Se trata de un niño robot, el primero que ha sido programado para amar. David es adoptado por un empleado de Cybertronics y por su esposa, cuyo hijo se encuentra desauciado y ha sido congelado hasta que se encuentre una cura para su enfermedad.
Aunque gradualmente él se convierte en su hijo, con todo el amor que esto involucra, una serie de circunstancias inesperadas hacen imposible esta vida para David. Sin ser completamente aceptado por los humanos y por las máquinas, y armado solamente con Teddy, su osito de juguete, David se embarca en una aventura para descubrir el mundo al que realmente pertenece.