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¡Qué atrás que quedaron las geniales películas épicas de fantasía de la década del ’80! Y que mal que las vienen haciendo en los últimos veinte años sacando contadas excepciones.
Legend (1985) o Willow (1988) en donde el subgénero “sword and sorcery” (espada y hechicería) había llegado a un punto muy alto de la mano de directores tales como Ridley Scott y Ron Howard, respectivamente, son los claros ejemplos que se pueden hacer muy buenos films con esta temática pero que Hollywood ya no sabe cómo encararlos.
Este estreno demuestra la vagancia e inoperancia de los grandes estudios y realizadores porque ponen muchísimo dinero en un producto que no solo está mal en la historia sino que hasta se ve mal.
Hay que tener en cuenta que esta producción viene mal parida desde el principio dado a que se iba a estrenar en 2013 y como consecuencia de la desvinculación de Warner y Legendary Pictures la película quedó en el limbo unos meses hasta que la agarró Universal e hizo que se refilmaran unas cuantas cosas.
Por otro lado, una vez más queda demostrado que los grandes actores se ven obligados a aceptar porquerías para mantener su caro estilo de vida y en paralelo protagonizar grandes obras que les valgan premios, tal es el caso de Julianne Moore que se acaba de ganar un Globo de Oro.
Lo que no quiere decir que Moore esté mal en la película, lo que sucede es que el guión es tan malo y poco original que por más que se haya esforzado mucho no va a poder enmendar el problema. Lo que trae como consecuencia que su villana parezca sobreactuada.
Lo mismo sucede con Jeff Bridges (este genio no la ha pegado con ninguno de los intentos de franquicia en las que participó), que el tono que le dio a su personaje da la sensación de que lo hace en joda.
Ben Barnes (el Príncipe Caspian de Las Crónicas de Narnia) tiene menos carisma y actitud de héroe que dibujo de Discovery Kids, y en ningún momento le crees su papel. A tal punto que deseas que el verdadero protagonista hubiera sido Kit Harington, en lugar de ese papel menor que le tocó debido a su agenda con Game of Thrones.
Y hablando de la exitosísima serie de HBO, cualquier capítulo de la misma es infinitamente mejor que El Séptimo Hijo pero no solo en cuestiones argumentales sino también en efectos especiales. Y no tendría que ser así porque se trata de televisión versus una súper producción cinematográfica.
Los efectos visuales se ven verdaderamente truchos y los dragones dan vergüenza si lo comparamos con el otro que se encuentra en cartelera (Smaug de El Hobbit).
El director ruso Serguei Bodrov no se luce ni un poco sino todo lo contrario ya que no solo hay que echarle la culpa al guión sino también a su débil puesta en escena, donde no le dio ritmo ni identidad.
No solo los que gustan de este tipo de films serán ampliamente decepcionados sino que también los espectadores ocasionales (grupos de amigos, parejas, familias, etc) se darán cuenta de todas las obviedades de la historia.
En conclusión, El Séptimo Hijo es una de las grandes producciones más pobres de los últimos tiempos y que a pesar de sus grandes estrellas, no se logra si quiera maquillar la vergüenza para el subgénero al cual pertenece.