Una noche de verano, los notables del pueblo se reúnen en el club local para regalarse con un sabroso cordero asado. Es el verano de 1998 y en el horizonte aparecen las señales de una tormenta que, de concretarse, arruinará el festejo de los amigos. Con la dudosa aceptación del cura, el manco Leguizamón traza una cruz de sal para conjurar, según la tradición lugareña, el acecho de la tormenta. Y esa noche no llueve.
Al día siguiente, en un paraje alejado, en la orilla del arroyo, aparecen diseminados restos humanos. Y aunque puede distinguirse que pertenecen a una mujer, el cadáver no puede ser identificado porque falta la parte principal, la cabeza.
A partir de este hecho, surgen múltiples sospechas y acusaciones, alimentadas por un torrente de habladurías de las que participan todos los habitantes del pueblo. Aguirre, el comisario, investiga cuidadosamente todas las huellas, aún cuando muchas veces éstas lo llevan a sospechar de sus propios amigos. Nadie está a salvo de estas sospechas, ni el hacendado, ni el médico del pueblo, ni su propio ahijado, ni él mismo.
Salen a la luz los conflictos personales, las frustraciones, las infidelidades. Se descubren secretos que se creían muy bien guardados, represiones y muertes, que van tramando una historia que comenzó muchos años atrás, para llegar a un final inesperado.